domingo, 23 de septiembre de 2012

Mensaje y motivación

Los entrenadores, los directores, los jefes de equipo, descubren tarde o temprano que el motor que impulsa a cualquier individuo a desarrollar con ímpetu, con fervor, dispuestos a dar lo mejor de sí mismos en una tarea es la motivación.
Nadie mueve un pie en una caminata sino cuenta con un disparador genuino como impulso.
Como cada ser humano responde a estímulos diferentes, la ardua tarea del coach es interpretar, escuchando con atención a su dirigido, cuáles son los verdaderos resortes que impulsan a esta persona a ponerse en marcha o acelerar su ritmo.
Nefastamente inspirados por la remanida frase “por la plata baila el mono”, muchas organizaciones apelan a los premios como incentivo confundiéndolos con la motivación.
Nadie niega que en pos de una mejora en los ingresos mucha gente pone especial atención en una tarea sabiendo que ésta es mensurada para alcanzar un objetivo y premiar dicho logro.
Lo cierto es que la gente hace el esfuerzo por alcanzar la meta y su motivación es tan temporal como la estadía de los billetes que reciba en la palma de su mano. Son métodos a corto plazo, muy efectivos en equipos de alta competencia donde la meta es un trofeo, una medalla, una posición de privilegio en el ranking.
Cuando uno trabaja en una compañía, el festejo sobre un logro alcanzado dura cinco minutos. Pasado ese lapso, se piensa en el próximo.
Por eso el mensaje debe tener, además de consistencia (no sirve de mucho adular a una persona sin fundamento sobre sus verdaderos valores, porque se percibe rápidamente la debilidad del mensaje) una correlatividad en el tiempo.
En mis cursos percibo los gestos de sorpresa cuando detallo el abanico de posibilidades que en este campo ofrece la tecnología. Desde un mensaje de texto a un video enviado por Internet.
Circulan por la web cientos de archivos en distintos formatos: power point, videos, etc que pueden potenciar un mensaje motivador. Algunos de ellos, como el estupendo monólogo de Al Pacino a un equipo de fútbol americano antes de salir al campo, se encuentran en este blog.
Aunque soy partidario de la conversación directa, muchas veces no tenemos una real dimensión del efecto que propicia en un dirigido un mensaje oportuno.
Acá dejo dos que he recibido en los últimos días y fueron reenviados a mi equipo.

Los pavos no vuelan:

Según cuenta la historia, un campesino encontró un huevo muy grande.
Nunca había visto nada igual. Y decidió llevarlo a su casa.

-"¿Será de un avestruz de la Patagonia?", preguntó a su mujer.
-"No. Es demasiado abultado", dijo el abuelo.
-"¿Y si lo rompemos?", propuso el ahijado.
-"Es una lástima. Perderíamos una hermosa curiosidad", respondió
cuidadosa la abuela.
-"Ante la duda, lo voy a colocar debajo de la pava que está empollando
huevos. Tal vez, con el tiempo, nazca algo", afirmó el paisano.

Y así lo hizo.

Cuenta la historia que, a los quince días, nació un pavito oscuro,
grande, nervioso, que con mucha avidez comió todo el alimento que
encontró a su alrededor. Luego, miró a la madre con vivacidad y le
dijo entusiasta:
-"Bueno, ahora vamos a volar!".

La pava se sorprendió muchísimo de la proposición de su flamante cría
y le explicó:
-"Mira, los pavos no vuelan. Te sienta mal comer de prisa".

Entonces, trataron que el pequeño comiera más despacio, el mejor
alimento y en la medida justa. El pavito terminaba su almuerzo o cena,
su desayuno o merienda y les decía a Sus hermanos:
-"Vamos, muchachos, ¡a volar!".

Todos los pavos le explicaban entonces otra vez:
-"Los pavos no vuelan. A ti te sienta mal la comida".

El pavito empezó a hablar más de comer y menos de volar. Creció y
murió en la pavada general: ¡pero resultó ser que era un cóndor! Había
nacido para volar hasta los 7.000 metros de altura. Pero como nadie
volaba...

El riesgo de morir en la pavada general es muy grande. Pero como nadie
vuela... Muchas puertas están abiertas porque nadie las cierra, y
otras están cerradas porque nadie las abre. El miedo al hondazo es
terrible. La verdadera protección está en las alturas. Especialmente,
cuando hay hambre de elevación y buenas alas.

martes, 11 de septiembre de 2012

Prescindir o arrojar al mar

Cuando un jefe agota todas las posibilidades de encausar el trabajo de un dirigido, una de las posibilidades es prescindir de sus servicios.
He pasado por esa situción nada grata y absolutamente necesaria.
Dentro de las condiciones de cada jefe está la de elegir con quienes trabajar.
En el mundo actual, las organizaciones, para evitarse conflictos legales posteriores, argumentan que la decisión tomada por la empresa obedece a una reestructuación, término inapelable, indiscutible, porque supone que el nivel de ingresos de la compañía no alcanza a equilibrar el importe que demandan los sueldos.
Estoy en contra de estas prácticas y en algún caso las he desobedecido para decirle al empleado en cuestión, las razones por las cuales había tomado la decisión de dejar de contar con su presencia dentro de mi equipo de trabajo.
En horas se comunicaba con nosotros su abogado.
Si bien siempre median un buen número de advertencias, de llamados de atención, de pedidos de corrección a ciertas acciones y respuestas, a la hora de la decisión final es bueno que quien se encuentra sin empleo entienda que sino corrige algunos puntos importantes de su perfil, la historia volverá a repetirse en otro escritorio y en otras circunstancias.
Cuando no le decimos al empleado porqué lo despedimos, arrojamos su cuerpo al mar para que otro lo tome exactamente en el mismo estado en que nosotros lo abandonamos.
Hay ciertos límites, como en todo. Y hay una categoría para esas faltas.
Me sucedió en los 90 que ante el reclamo a algunos clientes del Interior sobre facturas vencidas, comenzaron a girarme la copia de los recibos. 
El viajante se estaba quedando con las cobranzas.
Cuando comprobé la situación y llamé a su último trabajo, me respondieron que lo habían despedido por el mismo delito, pero que se habían comprometido a no informarlo cuando apareciera un nuevo empleo. Un acuerdo que le quita toda posibilidad de prevención a quien lo toma nuevamente.
Yo no celebro acuerdos de este tipo con nadie. Allí hay un punto de intransigencia absoluta.
Creo que como en toda relación, la del empleado con una empresa puede agotarse, llegar a cumplir su ciclo y siempre es mejor comenzar con nuevos bríos y oportunidades en otro lugar.
Existen organizaciones en que el empleado llega a su puesto de trabajo, enciende su computadora y se da cuenta que está bloqueada. Se acerca alguien de seguridad y le solicita que retire en una caja sus pertenencias y abandone el edificio para esperar en su casa el telegrama.
Nadie habla con él. Sus compañeros se enteran cuando lo ven con la caja en sus brazos.
Quizás se pregunte en su casa qué hizo mal.
Lo más probable es que lea los avisos clasificados y redacte un currículum resaltando sus enormes cualidades sin saber, sin tener una mínima noción, de las cosas que debería corregir  para superarse y no volver a pasar por un trance semejante.