martes, 15 de julio de 2014

Puertas adentro


Toda organización integrada por un grupo de personas, no importa su origen y estructura, equipo, empresa, comunidad terapéutica, país, necesita de alguien que la lidere, que administre sus recursos, que potencie sus fortalezas, que disminuya a su mínima expresión sus debilidades, que la pilotee en las crisis y la impulse en las oportunidades.

La Selección Nacional nos dio un claro ejemplo de las virtudes que pueden florecer en un campo trabajado oportunamente para que se torne fértil.

Se hablaba de los cuatro fantásticos, los que iban a ganar el Mundial solos, porque corrían y metían miedo a los defensores adversarios. Existe un avión ploteado con sus imágenes. Venían del Olimpo, como Dioses con sus coronas de laureles a conducirnos a la gloria. Ninguno de esos cuatro fantásticos brilló en este mundial. Aparecieron sí de a ratos, aparecieron en algunos momentos claves, pero no en la dimensión que esperaba la gente.

Pero apareció un equipo. Este mundial tuvo como protagonista a los equipos, cosa muy saludable. Costa Rica, una Cenicienta en los mundiales era un equipo organizado, que se movía en bloque, que adelantaba su línea defensiva de manera sincronizada, que tocaba el balón. Y se fue del mundial invicto. Otros, con grandes estrellas, desparecieron en la primera rueda.
Esto que se vio sobre nuestra selección nacional y que de alguna manera nos ha emocionado a todos, no es producto de la casualidad, no es obra del viento. Es consecuencia de un trabajo sostenido por parte de un entrenador.

Y es fácil, desde afuera, sin conocer el clima del vestuario, los ánimos, las condiciones físicas y mentales de cada uno, hablar de los esquemas que favorecen y perjudican a Messi, de las formaciones 4-2-1-2, 4-3-3-, de las líneas cortas, de las líneas largas, de las ausencias de jugadores como Tévez. Si el equipo hubiese ganado el domingo, y para mí ganó hace tres semanas el mundial, pocos hablarían. Porque este mundo se rige por los resultados que se asientan en las estadísticas, y para esos resultados, campeón hay uno solo.

La vida del líder es solitaría. Siempre está expuesto a ser cuestionado y criticado, trabaja con el peso de la responsabilidad que requiere su puesto, porque representa a un país que tiene 40 millones de técnicos que jamás se sentaron en un banco ni formaron parte de una práctica, ni escucharon las dudas que con total naturalidad puede tener un jugador. Porque a ninguno de ellos nunca le lanzaron un pase de cuarenta metros para que corra concentrado en el arco y se olvide que el mundo está observando como le pega a la pelota mordida y pasa a medio metro del poste. El entrenador, el líder, que también estuvo en un campo de juego, lo sabe. Lo sabe y decide cómo, cuándo, quién. Y puede equivocarse. Como se equivoca un médico y manda a un paciente a la fosa, como se equivoca un juez y libera a un asesino, como se equivoca un ingeniero y se viene abajo un puente.

Sabella demostró que se equivocó pocas veces, muchas menos que 30 colegas. Solo uno, que quizás incluso, tuvo un poco más de suerte, lo superó.

El mensaje sobre el trabajo y el ejemplo de esta selección es pedagógico. Debería pasarse en las escuelas, en los jardines de infantes, para que desde chiquitos entendamos que no existen dioses salvadores ni héroes invencibles. Que como decía Di Estéfano, “ningún jugador es tan bueno como todos juntos.” De eso se trata. Y si los acostumbramos desde chiquitos con conceptos de equipo, de solidaridad, de compañerismo, los acostumbraremos a poner la mirada más horizontal y menos vertical, a pensar que hay otro al al lado nuestro, que lo que hacemos, el esfuerzo, el sacrificio, la voluntad, tiene incidencia directa en cada uno de todos los demás.
El fútbol es bello. Es el deporte predilecto por la mayoría de los habitantes de este planeta. Jugado en equipo, eso sí, jugado en equipo, es un regalo de los dioses.